Carta a un recién graduado ¿Y ahora qué?

Me gradué, ¿y ahora qué?

Esa debe ser la pregunta más usual que le hacen a un recién graduado: ¿y ahora, qué querés hacer de tu vida?

En general, podríamos encontrar dos grandes grupos: quienes ya tienen un trabajo (o al menos una propuesta laboral) y quienes lo están buscando. En el primer grupo veo que domina la inercia de continuar un camino. En el segundo, el sentimiento dominante es la ansiedad de querer encontrar una buena opción. En ambos casos, se preocupan por resolver qué van a hacer y cómo hacerlo, pero son muy pocos quienes comprenden por qué lo hacen. Cuál es el propósito que guía sus acciones, cuál es la causa que los moviliza.

¿Qué querés hacer de tu vida? – nos preguntan.

Se empieza a generar la necesidad de tener clara la respuesta, cuando lo más normal es que no. Podremos tener ideas, propuestas, opciones; pero nos gustaría tener una respuesta clara y firme… Yo me pregunto, ¿cómo vas a saber qué querés hacer de tu vida si todavía no probaste casi nada? La única manera de saber qué te gusta es haciendo cosas.

La pregunta se repite en conversaciones entre familiares, amigos y colegas. Esta situación se vuelve aún más estresante para quienes todavía no tienen trabajo. La presión externa se vuelve propia y comienza a alimentar una serie de pensamientos que no hacen más que crecer. Esta bola de pensamientos ocupan la mente con una sensación de ansiedad, impidiendo que podamos conectarnos con lo que realmente somos, con lo que nace desde adentro.

Empezamos a analizar alternativas para tomar la mejor decisión. Sentimos que tenemos que calmar a los de afuera, pero sobre todo, calmar a nuestra mente. Según mi opinión, esa búsqueda raramente de un buen resultado. Las respuestas no se buscan en la mente, se encuentran en el ser, y para conectarnos con el ser, primero es esencial calmar a la mente. Sobrepensar la situación genera el efecto contrario: ocupa y preocupa la mente, no la calma. Nada bueno puede salir de una mente preocupada. Me impulsa a escribir estas palabras el deseo de transmitir cómo calmar la mente.

Las respuestas no se buscan en la mente, se encuentran en el ser, y para conectarnos con el ser, primero es esencial calmar a la mente.

Perspectiva temporal para tener paciencia

Nuestra generación sufre ciertos dilemas existenciales propios de una transición generacional.

Los que vinieron antes que nosotros no se cuestionaban demasiado los patrones establecidos sobre «lo que había que hacer y buscar en la vida». El camino parecía claro: estudiar, conseguir un buen trabajo, progresar económicamente, formar una familia. La vida era una serie de escalones que llevarían más o menos al mismo lugar.

La generación más nueva, por el contrario, parece vivir bajo una tiranía del disfrute permanente que obliga a estar todo el tiempo «viviendo el presente, buscando la felicidad y haciendo lo que les apasione». Se estresan si por algún momento no lo consiguen, por lo que les cuesta realizar sacrificios presentes en pos de una búsqueda a largo plazo. Todo tiene que estar bien HOY.

Nosotros -los del medio, los «millenials»– estamos como en un limbo entre esas dos filosofías, y eso a veces puede ser estresante. Se contrapone la decisión de «agarrar la mochila e irse de viaje por el mundo a lavar copas, hacer voluntariados y juntar kiwis» con la de «hacer lo que hay que hacer: buscar una cierta estabilidad, seguridad económica y progreso material».

Para mi, la causa de este dilema es la falta de perspectiva temporal.

Por alguna razón que desconozco, sentimos que tenemos que tener todo resuelto ya mismo, como si a los cuarenta años no sirviéramos más para nada. Eso podía tener sentido en 1950, pero ahora ya no. No nos damos cuenta que el tiempo está de nuestro lado.

Me gusta pensarlo en estos términos: alguien que hoy tiene 25 años podría pasar los próximos 5 años de su vida literalmente durmiendo, que al despertarse va a ser una persona joven de 30 años, sana y con toda una vida por delante. Tener perspectiva temporal nos permite tener paciencia para entender que las cosas buenas de la vida requieren tiempo y tardan en llegar.

Las personas tienden a sobrestimar lo que pueden hacer en un año, pero subestiman lo que pueden hacer en diez años.

Tener paciencia para abrazar el proceso

En este mismo momento, mientras estás leyendo, son millones las personas en todo el mundo que están enfrentando dilemas sobre qué hacer de su vida. Es lo más normal.

A quien quiera hoy mismo dejar todo e irse de viaje, pero le asusta perder oportunidades laborales: no se te va a arruinar tu carrera profesional por irte un año de mochilero (al contrario, el enriquecimiento personal es inmenso). Por el contrario, al que hoy le toque trabajar 14 horas por día: no te estás perdiendo de una vida grandiosa sólo porque hoy te toca hacer sacrificios. Hoy es así, capaz mañana ya no.

No son sanas ni la tiranía del disfrute permanente ni la inercia de transitar los caminos establecidos.

La única forma de saber qué querés hacer de tu vida es haciendo cosas. Andá, salí, movete y probá.

Sí, podés ir a buscar plata fácil o una salida laboral rápida. Imaginarte a los treinta años con una linda casa y buenas vacaciones. Pero, ¿sabés que? A los cincuenta te va a agarrar una crisis existencial de preguntarte qué carajo estás haciendo con la única vida que tenés.

La mayoría de las personas viven sabiendo qué hacen y cómo hacerlo, pero, al no tener claro su propósito, no entienden por qué lo hacen. En vez de entender que todo forma parte de un proceso, se enfocan en buscar resultados. Los resultados aparecen cuando nos enfocamos en el proceso. La clave está en desapegarse de los resultados para abrazar y amar el proceso.

Cuando uno ama el proceso, comienza a ver si situación actual con otros ojos. Empezamos a preguntarnos qué podemos aprender de cada cosa que nos sucede. A muchos personas no les gusta su trabajo, por lo tanto se quejan y buscan cambiarlo. Lo mismo hacemos con otros aspectos de la vida. No nos gusta algo, intentamos cambiarlo. Sucede con la pareja, con nuestra casa, con nuestro auto. Siempre buscamos que algo externo nos de satisfacción, cuando en realidad primero tenemos que cambiar nosotros para que el resto de las cosas empiece a cambiar.

«Cuando algo va mal, intentamos cambiar nuestra situación, sin darnos cuenta que fuimos puestos en tal situación para que nosotros cambiemos».

Jay Shetty

El problema es que la vorágine de la vida cotidiana hace que actuemos guiados por un mar de pensamientos caóticos, en vez de actuar en función de lo que nos dicta la tranquilidad de nuestra esencia. Creo que tenemos que aprender a convivir con la incertidumbre de no saber qué camino queremos, porque lo más normal es que no lo sepamos, o que cambie con el tiempo. Sin embargo, para mí la clave está en hacer lo que hacemos con un propósito.

Solemos pensar en “avanzar” (progresar, ir hacia adelante, hacer cosas) antes de ponernos a “profundizar” sobre nosotros (entender quiénes somos, trabajar sobre nuestro interior, conectarnos con lo que sentimos). Avanzamos sin saber hacia donde vamos. Es como dedicar toda nuestra vida a escalar una montaña, para cuando llegamos a la cima darnos cuenta que nos hubiera gustado trepar otra.

Solemos pensar en «avanzar» (progresar, ir hacia adelante, hacer cosas) antes de preocuparnos por «profundizar» sobre nosotros (entender quíenes somos, trabajar sobre nuestro interior, conectarnos con lo que sentimos). Avanzamos sin saber hacia donde vamos.

Hasta acá, traté la parte más «introspectiva» del asunto. Falta hablar sobre qué hacer en la práctica con todo esto.

Los procesos de autodescubrimiento llevan tiempo, y a veces, tiempo no hay. No puedo decirle al cajero del supermercado: «hoy no te puedo pagar, pero esperame unos meses hasta que encuentre mi vocación y ,cuando ame el proceso, voy a tener plata para pagarte». Necesitamos vivir y para eso necesitamos dinero. Esto nos obliga a encontrar un trabajo que nos permita vivir hoy, no dentro de tres años.

Usando todo esto como base, quiero abordar temas más concretos en una próxima publicación. Me obsesiona explicar por qué «mandar currículum» es la peor forma de buscar trabajo. Quiero compartir cómo los voluntariados pueden eliminar nuestros costos fijos para darnos tiempo y tranquilidad que nos permitan tomar una buena decisión, mientras que aprendemos distintos trabajos.

Por lo pronto, hasta acá llegué. Siento que haber escrito esto me ayuda a transitar un poco mejor esta nueva etapa de mi vida. Para cerrar voy a compartir tres links de autores que están en las redes y que me ayudan mucho a transitar este tipo de procesos:

Si sentís que te gustó este texto y te gustaría enterarte la próxima vez que escriba, podés suscribirte al blog.

4 comentarios sobre “Carta a un recién graduado ¿Y ahora qué?

  1. Tu post llegó en un buen momento. Me siento tal cómo describes y nunca me había preguntado eso de por qué quiero que las cosas pasen YA. Gracias. Me da tranquilidad saber que no soy la única que está pasando por este proceso.

    ¡Un abrazo!

    Me gusta

      1. ¡Gracias a ti por dedicarle tiempo! En verdad, creo que no muchos entienden esta etapa. Mis padres, por ejemplo, no entienden. Para ellos, como mencionaste, no hay de otra que trabajar, ganar dinero, formar una familia y todo eso. Yo no quiero ese camino, pero igual no sé cuál quiero en realidad.

        Le gusta a 1 persona

  2. Creo que tenemos que aprender a convivir con la incertidumbre de no saber qué camino queremos, porque lo más normal es que no lo sepamos, o que cambie con el tiempo. Sin embargo, para mí la clave está en hacer lo que hacemos con un propósito. Solemos pensar en «avanzar» (progresar, ir hacia adelante, hacer cosas) antes de ponernos a «profundizar» sobre nosotros (entender quiénes somos, trabajar sobre nuestro interior, conectarnos con lo que sentimos). Avanzar sin saber por qué es como estar toda la vida escalando una montaña, para cuando llegamos a la cima darnos cuenta que no era esta la que queríamos trepar.
    (Me gustó este párrafo, lo voy a agregar al posteo, jaja)

    Me gusta

Deja un comentario